Se fue el poeta, el poeta del universo curvo que hoy, sin él, ha sucumbido al pánco de sentirse demasiado recto. El poemo llora ahora el tragedio de vivir tan solo y no encuentra más consuelo que pensar en la banalidad de la desaparición.
Se fue el poeta y hoy son los bomberos los que se quedan solos ¿a quién llamarán para calmar su soledad? Y las florecillas, ¿a quién entregarán su ofrenda de pétalos? ¿Quién casará poéticamente a los novios? ¿Quién consolará la tristeza del mar? El capitán marino no dejará de llorar y desde lejos unos tristes caballitos dan vueltas absurdas en un carrusel sin infancia. El niño se durmió y amaneció poeta, buscó la inocencia, se encontró solo, solo entre los muros y los pobres, solo entre los soldados desconocidos, solo entre los lamentos y la mierda, solo, solo, solo, en la mayor soledad, descubrió tierra, desde entonces atravesó las Castillas del polvo y de los picapedreros y el mundo se animó, se pobló de sonetos que lo cantaron todo, casi todo, porque el camino deparaba aún nuevos milagros, y hubo Lizanitos, sueños, desesperaciones y hasta Ferroles de dulzuras prohibidas y flores dañadas, y hubo recitales, pero siempre solo, solo, solo entre los fogones y el vino a mediodía, solo ante el genio de Brahams y la mirada terrible del pescado a medio freír.
Se fue el poeta, el amigo, el manifestante, el anfitrión de una temporada en la casa del genio, entre máquinas de escribir y papeles desconcertados. No me atrevo a entristecerme por si esa tristeza te traiciona, Jesús, y pervierte la vitalidad de tu carcajada, pero yo, que también vi tu caída en el rellano de un piso de estudiantes y presentí la violencia de tu tormenta, me atreveré luego a brindar por ti en una copa de llanto. Espero que me perdones. Después, volveremos a recuperar el brío de la lucha, lo intentaremos al menos, y recordaremos que el mundo solo puede ser poético en tu nombre, juguetón, ácrata, puro, niño, y que marcharse no es más que acabar con el último señorío que nos impedía resplandecer para siempre en una libertad sin ocaso
“y la muerte no tendrá dominio”
¡Salud, compañero!