Estaba entonces entre mi pueblo
y con él compartía su desgracia
Ana Ajmátova

Laura Susana Di Doménico http://www.robertobaschetti.com/biografia/d/95.html
No te conocí. Nunca
fue el adverbio que mantuvo hasta ahora nuestra lejana correspondencia.
Nunca hubo entre nosotros clases de filosofía, ni sueño en un tren a Carapachay,
ni el titubeante ardor de la espera de que un día, de pronto, te dejases besar.
No hubo nunca nada de eso, ni tampoco aquella noche definitiva en la que,
sin querer arriesgar la duda y creyendo, siempre equivocadamente,
que el tiempo dura mas que el fulgor, me despedí de ti y no te vi más.
Nada de eso hubo ni habrá jamás entre nosotros
y, sin embargo, al descubrir de pronto tu foto,
gracias a las palabras de un hermano que sí te tuvo en su zozobra,
que sí apoyó sobre tu hombro su cabeza con sueño
y confió humanamente en la duración del tiempo,
gracias a él que me habló de ti y te habló a ti frente a mí
con palabras y lágrimas monumentales,
resulta que ahora te escribo y me atrevo a rozarte tiernamente con mi dedo,
tocando tu foto en el infame plasma de una pantalla estéril,
que aún así atraviesas con tu irradiación de epifanía
y la facilidad con que la belleza perfora los velos que esconden la vida,
tras el engaño de la realidad.
Ahí, de pronto apareciste,
como un acontecimiento,
y yo contemplé, horrorizado, la magnitud del daño,
el que hayan arrebatado, cobardemente, esa luz aguerrida y desamparada de tus ojos,
el que te hayan aniquilado en lo innombrable del ultraje,
esa mirada de río oculto en el boscaje, tu cabello de ánfora y esa fuerza indomable de Antíope peleando hasta su muerte.
Nunca puede haber culpa en quien se entrega a un ideal con esa pureza de niña,
pues hasta las manchas del capricho quedan entonces lavadas por la revolución de la inocencia.
Nunca podrá haber perdón para quien destruyó tu rostro con tan solo veintisiete años.
Y yo, que nunca lo tuve entre mis manos como ahora tengo tu pálida imagen
al alcance de mi vital roce, casi medio siglo después de que te hayan asesinado,
me deshago en lágrimas y te doy las gracias por haber sido el hombro para mi hermano
en aquel tren lejano y soñoliento, el vértigo de su tiempo y una de las sombras que también a mí
me acompañarán por siempre desde ahora, dulce y rebelde Laura Susana Di Doménico,
cuyo nombre también ahora pronuncio, lentamente y con cuidado,
para que nunca se le olvide a quien me escuche
y, con él, tu inmortal y melancólica belleza,
porque ya sabemos que no hay mayor distancia que este ahora…