Breve apunte acerca del Romanticismo

Un día después del 14 de febrero de 2018

Tan carentes de interés me parecen los días inventados para el comercio con la tópica meliflua del amor, como las largas monsergas que repiten una y otra vez que el amor romántico solo es el resultado de un cúmulo de fórmulas míticas que consiguieron hacer que los hombres -cómo no- se aprovechasen de las mujeres. Es esta, a mi juicio, una forma penosa de anudar los contrarios bajo una síntesis vulgar de mercadeo y mala socioantropología. En esta actualidad acostumbrada a bordar con letras de oro el nombre de sus especialistas y a confundir los títulos formativos con el tener algo que decir, estos regateos del pensamiento son práctica común. Por desgracia, todos los intentos por superarlos, desarrollando una reflexión acerca de lo esencial que puede haber más allá de todo precio o de toda intersubjetividad parcial, suelen acabar en una mirada de recelo, en una acusación social y en una sentencia de muerte. Existen estas características procesuales en el tratamiento que se hace del amor romántico actualmente, pues hay algo en él que no se deja reducir ni al precio de un perfume, ni a las estructuras de la lucha de géneros que tan insistentemente repiten las modas intelectuales de las ciencias sociales y de la política. Ese algo indómito, renuente al cálculo y a la ideología es, precisamente, el amor y el Romanticismo, respectivamente.

Resultado de imagen de imagenes de obras del Romanticismo

Resulta, pues, un profundo malentendido de partida el hablar del amor romántico como si se tratara de una unidad de origen, sin darse cuenta de que esa idea del amor del que se habla fue ya el resultado tardío y domesticado del impulso original del movimiento romántico, ese impulso que aún hasta la fecha aparece como el más poderoso y genuino que ha dado la modernidad occidental intelectual y estética a la hora de trascender al gris sujeto de la razón instrumental y del cálculo. Es tan poco lo que nos hemos movido de esta situación que quienes, desde la moda del momento, critican el romanticismo amoroso, creyendo con ello situarse en la vanguardia de la igualdad, vuelven a alguna clase de instrumentalización. No en vano, los veremos defendiendo espacios habitados por cuerpos neutros y desarraigados para los que valen lo mismo los ensayos contrasexuales, que las orgías de pago en clubs libertinos o las propuestas de eso que ha venido a llamarse, con cursi pedantería, el poliamor. Todo da igual, siempre y cuando la igualdad tan deseada – que algunos llamarán libertad, en pleno ardor de la confusión- deje a los seres reducidos a su mínima expresión : a la proliferación encarnada de sus cruces anónimos, de sus flujos sin asidero y de sus profundas orfandades sentimentales. Es irónico que una época tan cerrada a los misterios -en la que todo quisiera aclararse, comunicarse, administrarse- sea la misma que habla tanto de relaciones abiertas. Pero por detrás de este nuevo conjuro contra la violencia de la desigualdad, lo que se anuncia es la violencia más atroz de la igualdad forzosa y los nuevos excesos carnívoros del jacobinismo totalitario de la moderna oclocracia. La violencia igualitaria nace siempre de impulsos urgentes, más que de espacios de reflexión desacelerada. El ataque al amor romántico, reducido a simple efecto mecánico del patriarcado, es un ejemplo más de esta forma urgente de desatino. Lo que nos urge es dejar de pensar con prisa y con modas. Lo que nos urge es pensar con tiempo y con matices. Lo que nos urge es no sacrificar constantemente a los ídolos de la muchedumbre todo aquello que no se deje reducir a la coacción y a la doma.

Quienes critican tanto el amor romántico debieran antes saber algo más acerca del amor, como huella de un enigma, y del proyecto romántico, como aceptación de un desafío. Tendrían que estar antes muy seguros de que nada que entrañe misterio merece la pena ni es esencial para la especie. Habrían de leer mucho más a Hölderlin -aunque noResultado de imagen de imagenes de empedokles de holderlin Resultado de imagen de imagenes de empedokles de holderlinsolo a él-, que también habló del abrazo a la especie en una criatura amiga y eligió el camino de la locura como la forma más cercana a la vida y al amor de los dioses. Y es que una de las cosas que se puede decir del Romanticismo, sin agotarlo en ella, por supuesto, no proviene de las relaciones desiguales entre hombres o mujeres o de una dominación simbólica de estas últimas, ni de nada por el estilo, sino del humano afán de tornarse sobrehumano para vivir y amar como los dioses. Abrazar la tragedia sin miedo, solo por cumplir con el ideal heroico de una vida entusiasmada, no es peccata minuta, ni puede ser resumido por críticos tibios y amedrentados. Por desgracia, esos son los que abundan entre quienes tanto critican el amor romántico, sin saber casi nada de lo que hablan ni del tema al que pretenden referirse. Lo único que observo en ellos es un miedo atroz al sufrimiento. Pero la búsqueda de igualdad o de placer basada en el miedo constante a los dolores de la vida, es solo la forma más cobarde de provocar un sufrimiento todavía mayor y de promover un camino despiadado hacia lo inhumano…

Podemos imaginarlo bien… (Breve apunte reflexivo sobre un pequeño cuento japonés)

En un pequeño cuento popular japonés1, según nos ha llegado a través de la memoria y la pluma del viajero británico Richard Gordon Smith, que hacia finales del siglo XIX se dedicó a recoger objetos y relatos orales en el país del sol naciente, se nos cuenta la historia de un pueblo y de un viejo sauce, cuya venerable edad le había permitido conocer a todos los hombres  de aquel lugar. Él  los había visto vivir y desaparecer a la sombra y cobijo de sus antiguas ramas. En una ocasión, el deseo de construir un río hizo que los lugareños pensasen en utilizar aquel árbol para obtener la madera necesaria, pero entonces un joven granjero llamado Heitaro se levantó y, recordándoles a todos la noble dignidad de aquel viejo y querido árbol, cuya vida estaba íntimamente unida a la vida de todos ellos, así como a la de sus antepasados, logró convencerles para que desistieran de la idea de cortarlo. Poco después, Heitaro encontraría en el sauce a una bella muchacha extranjera de la que se enamoró perdidamente. Se llamaba Higo. Heitaro y la bella Higo se unieron felizmente y de aquella alegre unión nació un hijo al que pusieron el nombre de Chiyodo. La familia se sentía colmada de bendiciones. Pero, “¿dónde se ha conocido en este mundo que una felicidad completa dure eternamente?”, se pregunta el relato con amargura, justo antes de contar lo que vino después.

Una orden del ex emperadResultado de imagen de imagenes de pinturas japonesasor Toba para construir un enorme templo en Kyoto a la Diosa de la Misericordia, obligó a recolectar mucha madera por toda la región. Había pasado el tiempo desde que Heitaro hubiera salvado al árbol de su destrucción, pero ahora la magnitud de la obra exigía utilizar el tronco de aquel portentoso ser vegetal. Heitaro nuevamente intentó convencer a sus vecinos, pero esta vez todo fue en vano. Higo, que hasta ese momento nunca había querido revelar a su esposo de dónde procedía, le confesó entonces que ella no era sino la encarnación del espíritu de aquel viejo sauce que, en agradecimiento por su buena acción, había tomado cuerpo en ella para ofrecerle todo su amor. Ahora, sin embargo, cada golpe de hacha en la materia del árbol debilitaba aún más su alma, encerrada en el cuerpo de Higo.  El destino del sauce debía unirse al suyo y ambos debían morir como lo que eran: una misma y única criatura. Hacia el final del relato, se nos cuenta cómo Heitaro llevó de madrugada a su hijo Chiyodo a ver el lugar del viejo sauce sacrificado, el mismo lugar donde había sido sacrificada su bella madre. Al encontrarse con el árbol derrumbado y con sus ramas podadas, el relato añade: “los sentimientos de Heitaro se pueden imaginar bien”…

Al releer este texto de un libro que hace, al menos, quince años que me acompaña, recibí el impacto fulgurante de algo que hasta entonces me había pasado desapercibido. Me sorprendió como nunca antes la respetuosa contención de aquella frase. Tanto, que la repetí en voz alta: “los sentimientos de Heitaro se pueden imaginar bien”. En aquella simple frase se encerraba toda la diferencia que separa dos formas radicalmente distintas de ver la vida y de presentar el mundo. Formas que nos hablan, sin duda, de culturas enfrentadas en grata o ingrata conversación. Justamente, en relación al ver, pensé, mientras que el Resultado de imagen de imagenes de pinturas japonesascuento japonés ahorraba los detalles más escabrosos -por evidentes- acerca de los sentimientos de Heitaro, para permitirnos así mirar en la dirección esencial de la historia, nosotros vivimos en un mundo donde la cada vez más irrespirable proliferación de imágenes no nos deja siquiera ver la perversidad de muchas de nuestras indiscreciones. Cegados por una necesidad compulsiva de imágenes sin imaginación, nosotros habríamos corrido a capturar no los instantes, sino las instantáneas del árbol moribundo, de la agonía de la muchacha, de los cuerpos destrozados, del llanto del pequeño huérfano. Nosotros habríamos hecho fotos, vídeos, editado el material con música, puesto a alguien reconocible a disecar el suceso, distribuido todo lo obtenido entre los ojos hambrientos de nuestro mundo a la deriva. Pronto, entre agonías, destrozos y llantos, habríamos ido olvidando que había habido un verdadero árbol, una mujer, un hombre, un niño y seríamos incapaces de relatar con sentido la trama completa de la historia. De alguna manera, la vida habría quedado sepultada por las imágenes de la vida, primero, y luego por las imágenes, sin más. Ciegos de tanto ver, pasaríamos desesperadamente a la siguiente dosis, hasta calmar la ansiedad y volver a empezar. Y, aunque alguna vez hubiésemos creído que con nuestras cámaras y la distribución de aquellas fotografías y vídeos estábamos atrapando el pulso más real de las cosas, lo único que hacíamos, sin querer tomar conciencia, era detener aquel pulso para siempre. Habría bastado, para impedirlo, con haber escuchado aquella frase – “los sentimientos de Heitaro se pueden imaginar bien”- y haber confiado en su sabiduría, que es la de nuestra imaginación sin imágenes.

La verdadera imaginación respeta el dolor del otro sin sentirlo como algo completamente ajeno, al mismo tiempo que nos mantiene en el corazón de los relatos. Imaginar es saber que, como decía el pequeño Príncipe imaginado un día por Antoine de Saint-Exupéry, lo esencial surge siempre de lo invisible. Añadamos que también aparece en lo que se dice silenciosamente, como todo lo que expresó Heitaro aquella dolorosa mañana, mientra tomaba a su pequeño hijo de la mano. Podemos imaginarlo bien…Resultado de imagen de imagenes cuentos e historias del antiguo japon richard gordon smith

1Richard Gordon Smith (1997). Cuentos e historias del antiguo Japón. M.E Editores (Colección Biblioteca Popular), Madrid.

 

Reflexiones sobre algunas noticias del #feminismo.net

#feminismo.net1

Cada día añado más datos a mis observaciones acerca de la aceleración del mundo y a la banalidad que suele ir asociada con ella. En este mundo digitalizado, cuyo insomnio se justifica por el deseo de una visión total y totalmente transparente de sí mismo, la farsa aparece como único destino. La aceleración con la que este mundo aborda sus temas imita aquella con la que produce y consume sus mercancías o con aquella otra con la que destruye sus márgenes. A su paso, no quedan más que las babas del odio, la banalidad y el estancamiento. En este mismo contexto sitúo el último caso del feminismo radical y digital que llega, como llegan las modas, con fuerza y aspiraciones a marcar tendencia o, incluso, a presentarse como el único referente de la defensa de los derechos de las mujeres en el mundo; esto es: a establecerse como hegemonía.

El primer aspecto que me sorprende de este movimiento es la común aceptación social que tiene de que los temas históricos -que, por supuesto, tienen consecuencias vitales muy vívidas y concretas sin dejar por ello de ser históricos- se resuelven a golpe de haschtags y de microdialécticas en redes sociales, sin reparar ya en que tras ello – la denominació misma de hashtag es un buen ejemplo- se agazapa toda una concepción tecnologizada del mundo con consecuencias no poco violentas sobre nuestras vidas. Toda la compleja relación sociocultural que se ha desarrollado entre hombres y mujeres a lo largo del tiempo y del espacio, y que ha dejado un buen conjunto de fantásticas obras dentro de la tradición feminista – desde la Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft, hasta la Política sexual de Kate Millet, entre otras muchas- queda acallada en este nuevo marco y reducida a los escombros retóricos de #MeToo o a la algarabía ante los 280 caracteres de Twitter, como si en ellos se cifrase el más alto y elaborado disfrute de la libertad de expresión. Sigue leyendo

Las formas de la manada: algunas reflexiones acerca del vídeo “Hola, putero”

    La campaña contra la prostitución Hola Putero, que se ha difundido en las redes sociales y que se ha vuelto viral en poco tiempo, deja tras de sí algunos rastros propios de la época: rapidez, sensacionalismo e intrascendencia. Estas tres características, que podemos seguir en muchos otros productos del capitalismo actual, tejen entre sí un discurso coherente en el que la rapidez nace de la tendencia social a acelerarse; el sensacionalismo, de la búsqueda a todo precio de recursos narrativos y visuales de eficacia comercial; y, la intrascendencia, de ese deseo quimérico de encontrar una respuesta simple (traducida en orden) que resuelva todas las preguntas en menos de un minuto. En este sentido, el vídeo de Hola Putero ha excedido este objetivo en algo más de dos minutos; sin embargo, queda lejos todavía de las extensas duraciones que pudiesen  acusarlo de verter algo de reflexión sobre asunto tan complicado. Qué duda cabe de que, en el presente, los textos largos para temas complejos no marcan la tendencia en una sociedad dirigida por la comunicación clara, rápida, eficaz y políticamente correcta.

    El vídeo de Hola, putero, del que tuve la primera noticia por unas referencias que aparecieron en mi Facebook, constituye un ejemplo más de la desorientación reinante en materia de reflexión social, así como otra muestra de oportunismo mediático; surgida, en este caso, a raíz del violento ultraje de una mujer por parte de una horda de violadores. Lo que supone un claro delito y un motivo de meditación social, se ha transformado, en pocas semanas, en un elemento más del espectáculo con el que las grandes empresas mediáticas, inductoras siempre de realidad, consiguen rellenar minutos de programación, dirigir la opinión pública y desviar la atención hacia un supuesto interés social y educativo que no tienen en modo alguno. Lo cierto es que la lógica de los media dista mucho de acercarse a un sentido pedagógico, ni en materia sexual, ni en ninguna otra. Se me podrá objetar que eso solo ocurre con los medios tradicionales, pero que no es aplicable a lo que sucede en Internet, donde cada quien puede orquestar un discurso que responda a un interés personal que no sea comercial. Sobre esto, diré que, más allá de algunas felices transformaciones que la red ha traído consigo (la consulta, por ejemplo de fuentes bibliográficas y documentales digitalizadas), el auge, sobre todo de las redes sociales, no parece haber servido, en términos estructurales, más que para ponerse al servicio de una explosión desordenada de los discursos y una progresiva aceleración de los fragmentos en ráfagas cruzadas que hacen prácticamente imposible su discusión y la búsqueda de perspectivas más informadas y universales. En esta última línea situaría el vídeo de Hola putero; otro fragmento más en la carrera desenfrenada por la visibilidad, de pura actualidad ideológica y que se presenta, además, como indiscutible, pues toda discusión del mismo (como la que hago yo ahora) supone la clasificación inmediata dentro de un sector perverso de la sociedad. ¿O no?

    ¿Se puede discutir, con algún atisbo de interés, un tema como el de la prostitución en algo más de tres minutos? No lo creo. Lo más que se puede conseguir es algún indicio que sirva de inspiración para profundizar ulteriormente, pero para eso hace falta talento en la exposición, ironía, cultura e inteligencia. Desgraciadamente, no encuentro nada de eso en este vídeo, en el que sus jóvenes conductoras se limitan a exponer, con un tono monocorde y hostil, la repetida letanía de tópicos ligados a la prostitución; la cual tiene, como elemento principal (estas chicas no están inventando nada nuevo) la culpabilización del hombre-cliente-enemigo. Esta tríada, clave en la estructuración del relato occidental, desarrollado y bien pensante, dedicado al tema, poco a poco se va convirtiendo en una bina mucho inquisidora, aunque más simple y económica, a saber: la que prescinde de la condición clientelar y retrata simplemente al hombre como el único enemigo real de la mujer. Por supuesto, esto partiendo de la base de que nos movamos en terrenos donde todavía los conceptos de hombre/mujer representen algo más que un mero juego de palabras y vacío, cosa que cada día está menos clara. En este caso, sin embargo, parece indudable que existe este mínimo acuerdo, ya que se habla en todo momento de la prostituta como mujer. Quisiera, pues, aprovechando este acuerdo de partida, presentar muy brevemente algunas de las importantes deficiencias que encuentro en la presentación que hace el vídeo del tema propuesto.

    La cuestión del poder. Se habla en el vídeo de la prostitución como un asunto relacionado con el poder y no con el sexo. Desde luego que existe una relación con el poder (tampoco las chicas innovan en este punto), pero habría que ser mucho más precisos. ¿Qué actividad humana puede prescindir de esa relación? ¿De qué hablamos cuando hablamos de poder? ¿Está tan claro el concepto de poder como para poder establecer una relación que sea absolutamente transparente? Por otro lado, en referencia al sexo, ¿existe una actividad sexual que no teja vínculos con el poder, empezando por el sexo reproductivo, el sexo domesticado de la familia o hasta el sexo contracultural de los años sesenta y setenta? Tampoco estoy convencido de que tenga algún valor hablar de poder en estos términos, sin distinguirlo de la dominación y presentar un cuadro mucho más matizado.

    La cuestión de la esclavitud. Una vez más se simplifican tanto los términos que todo puede ocupar el lugar de todo. Se habla de esclavitud sexual más allá del aspecto normativo y legal que pueda (y que deba) asegurarse de regular los derechos de la mujer u hombre que se prostituyan. En este sentido, se indiferencia el tráfico de seres humanos y su explotación por parte de organizaciones mafiosas, con la actuación política de ciertos Estados que han decidido legalizar la prostitución. Esta postura, por más que se defienda desde ciertos sectores feministas, me parece absurda; ya que nos deja sin criterios para valorar la actuación de los gobiernos en materia de sexualidad y políticas sociales; y reduce, nuevamente, la discusión a un debate de militancia y no de ideas. No se trata de establecer la prostitución como horizonte vital o como ejemplo de vida, sino de preguntarse si, ante la imposibilidad de acabar con ella de manera inmediata y definitiva, es preferible mantener las formas y la sanción moral sobre la prostitución elegida, manteniendo simultáneamente la amenaza real de las mafias sobre las mujeres que ejercen este trabajo de forma involuntaria. Por otra parte, ¿qué razones existen para denunciar que existe más esclavitud en la prostitución elegida que en el funcionamiento general del mercado de trabajo, el cual impone en innumerables ocasiones el deber de no elección?

    La prostituta ideal-típica. Con el permiso de Max Weber, traigo aquí una referencia a sus modelos ideal-típicos, para reflejar el abordaje habitual que se hace de la prostitución en los discursos oficiales. Casi siempre se presenta a una mujer (rara vez a un hombre), explotada, víctima de alguna mafia y constantemente sometida al caprichoso deseo de un grupo de clientes despiadados. El vídeo de Hola, putero es un claro ejemplo de ello, aunque no el único. De entrada, me surgen las siguientes preguntas: ¿qué hacemos con la prostitución masculina? ¿En dónde la clasificamos, si es que merece algún tipo de consideración? ¿Realmente creemos que viven el mismo tipo de vida la prostituta callejera, la que trabaja en un club y la escort que tiene generalmente una agenda de clientes más o menos fija y que trabaja con precios mucho más elevados? Prosiguiendo con esta ausencia apabullante de detalles, pregunto: ¿dónde aparecen reflejados en el vídeo los discursos de las prostitutas; tanto de aquellas que denuncian su situación, como de aquellas (y las hay) que se quejan de que no las dejen en paz? Si se trata de hacer panfletos, es lógico acallar toda parte que contradiga nuestra verdad. Si de lo que se trata (y este es mi único interés) es de analizar una situación compleja en la que la explotación real de seres humanos ( que debe denunciarse, perseguirse y penarse) nos comunica con otros espacios de los modos de vida de las sociedades capitalistas postindustriales, donde la explotación es más sutil y sabe pasar más desapercibida, entonces esa carencia de matices se vuelve simplemente intolerable, puesto que deja los debates en un estado grosero, burdo e infecundo a la hora de promover transformaciones sociales que puedan ser duraderas y sirvan para mejorar la vida de las personas. Lo que se produce con demasiada celeridad (y el video Hola, putero forma parte de esa macdonalización de los ideales) se consume y se olvida con todavía mayor prontitud.

    El tema del cuerpo. El vídeo se esfuerza y se regocija en la presentación de la prostituta como un cuerpo despedazado, reducido a oquedades y líquidos ajenos que lo mancillan, lo atraviesan y, finalmente, lo abandonan. Efectivamente, el gesto sensacionalista surte efecto y pronto tenemos una imagen desoladora de carnicería, de desprecio terrorífico del otro, de inhumanidad atávica, antropofágica y feroz. El problema consiste en que, tras esta ola de pavor repentino, ¿qué discusión resiste acerca de lo que supone ser humano? Hemos desechado muy rápida, gratuita e irresponsablemente las miradas que dirige la antropología, desde sus inicios, a lo que puede suponer pertenecer al género humano. Una de esas miradas se ha centrado en el cuerpo como metáfora de mundo (tal vez la más importante). En este sentido, en nuestro contexto global actual, el cuerpo alquilado o vendido, aparece como campo de pruebas de un modo de producción capitalista muy determinado que no puede, en modo alguno, reducirse a los límites del cuerpo de la prostituta. El cuerpo de la prostitución lo que hace es dirigir hacia sí todos los ataques que, de esa forma, quedan paralizados en su camino hacia una crítica sociocultural mucho más profunda y radical. Cuanto más se avanza, en este sentido, en una falsa liberación de los cuerpos, más se progresa en una real subordinación de los seres a la explotación y aniquilación de sus corporalidades dentro de otros espacios (espacios laborales, espacios médicos, espacios mediáticos, espacios domésticos, etc.). En un sistema que constantemente actualiza su imperativo comercial y en el que todo se reduce progresivamente a vínculos de conexión y venta, el escándalo ante la configuración del cuerpo como un territorio de comercio aparece como un gesto más de inconsciencia y/o hipocresía, cuyas raíces habría que buscarlas en una antigua visión cultural de lo corpóreo como materia despreciable. Contrariamente a lo que pueda pensarse, la ideología que anima vídeos como el de Hola, putero, no tiene tanto que ver con un elogio del cuerpo, como con un íntimo desprecio del mismo. Al convertir el cuerpo de la prostituta, en este caso, en un conjunto de fragmentos y agujeros sobre los cuales se superpone una voluntad anulada (“ellas no quieren estar contigo”), lo que se hace es participar de la misma mirada que presuponen a los hombres-enemigos. En esa mirada, el cuerpo es la herramienta con la que, inevitablemente, una vida construye su historia de alegría o de dolor, de manera que no existe una unidad en la que cuerpo y vida se tornen indistintos. Esta sutil contradicción resulta comprensible si tenemos en cuenta que es esa misma dualidad la que habilita al cuerpo para convertirse, como lo ha hacho ya, en uno de los más importantes objetos de consumo planetario. El cuerpo, como espacio útil (utensilio), necesita apropiarse de cuidados y de objetos de ostentación, pero por debajo de su economía ostensible, palpita el malestar y la desconfianza que dirigimos hacia él, ante el peligro constante de acabar padeciendo un cuerpo fracasado. Si se partiese de una teoría de la prostitución donde los cuerpos (de hombres o mujeres) formasen un único relato con la vida, por así decirlo, del espíritu, entonces la militancia restringida a la denuncia de la explotación sexual inscrita en el cuerpo prostibulario, irradiaría una nueva y más extensa luz hacia todos los lugares donde el capitalismo practica su tortura, festiva o depresiva, de los cuerpos.

    La reificación del cliente. La construcción ideal-típica de la prostituta, como proceso metodológico, no presenta objeción. Max Weber construyó su sociología histórica apoyándose en esta invención de su creatividad. Ahora bien, el tomar el modelo por la única realidad concreta es lo que desemboca en la construcción simultánea de un enemigo (el hombre) y en un constante juego de reificaciones (en este caso, la del cliente). Por reificar me refiero a esa tendencia a construir objetos aparentemente perfectos, idénticos a sí mismos y homogéneos, frente a un auditorio de subjetividades. En el caso aquí señalado, frente a la prostituta ideal-tipo aparece un cliente monolítico, sin contradicciones internas, cuyo único objetivo es satisfacerse a sí mismo y violentar al otro. Pues bien, ni una tipología tan pobre de la prostituta está a la altura de una mínima prospección histórica y cultural que pueda arrojar algo de riqueza semántica al asunto, ni tampoco nos ayuda a entender el proceso más amplio que, de fondo, está produciendo tanto prostitutas como clientes; dentro, además, de una variedad de casos que habría que tener en cuenta, sin reducirlos todos a tipologías del momento. En el proscenio de esta relación, cada vez parece más claro que hay un delicado tejido de afectos y emociones que se ha ido deshaciendo a lo largo de años de capitalización y administración de los lazos sentimientales, y que no podemos dejar de analizar si queremos, insisto en ello, tener algo más que vídeos de moda, fugacidades líquidas y una falsa rebeldía de mundo feliz.

    Tras estas consideraciones, sin duda demasiado escuetas (pero no quiero por ahora dedicar más tiempo a este vídeo), espero, al menos, que haya quedado claro que mi crítica consiste en señalar el nulo valor analítico del vídeo Hola, putero, como consecuencia de su obsesiva función ideológica y la ausencia absoluta de crítica a sus propios tópicos teóricos. Sin estas características, no veo cómo pueda plantearse una transformación social, cultural y educativa que no pase por el totalitarismo; aunque sea bajo la virtuosa apariencia de este nuevo totalitarismo democrático; el cual, a su manera, no deja de pertenecer a los comportamientos propios de una manada.

Los enemigos de las humanidades

En los últimos años, nos hemos acostumbrado a oír hablar en España y en otros países de la crisis de las humanidades. No obstante, poca o nula repercusión mediática tienen las discusiones que abordan sus causas y alertan sobre sus graves consecuencias. Ese silencio no es representativo de las fuentes -libros, artículos, conferencias- que se han ocupado del tema y que se vienen acumulando desde hace más de cuarenta años; sin embargo, es representativo de unas agendas diarias de la información centradas mayoritariamente en la economía, la política y el entretenimiento.

En un contexto de crisis económica no parece que el malestar de unos determinados estudios universitarios merezca demasiada atención. Esta indiferencia olvida que las humanidades no vienen representadas por un cierto número de asignaturas -ese asignaturismo que tanto deploraba Miguel de Unamuno en su gran ensayo, De la enseñanza superior en España-, sino por un tipo de discurso único y un saber sistemático relativo a la comunidad de lo humano. Por todo ello, su crisis evidencia un problema mucho más profundo que afecta a la universidad como institución cultural, al papel de educación en las democracias globalizadas y al tipo de sociedad humana en la que nos gustaría vivir. Paralelamente a ella, avanza el progresivo derrumbe de la vida espiritual de nuestras sociedades. De ahí que hablar de una crisis sectorial o nacional sea insuficiente. En su lugar, lo que vemos hoy es una crisis planetaria e integral de las grandes concepciones que comprometen nuestra relación con la alteridad, con el tiempo y con el sentido, así como una transformación consecuente de los grandes espacios vitales en los que los seres humanos construimos nuestros proyectos de vida; espacios tales como la política, el derecho, la historia, el arte y el conocimiento.

En un artículo aparecido en la prensa española1, el año pasado, su autor ilustra el deterioro de las humanidades, criticando la decisión de la Facultad de Humanidades (Universidad de A Coruña) de crear un nuevo grado semipresencial de humanidades, que combinará con asignaturas de la Escuela de Turismo, a fin de “intercambiar clases y prácticas en empresas”.2 La noticia, sostiene el autor, muestra la desorientación de los responsables universitarios y desvela los pasos seguidos por una universidad que camina hacia la rentabilidad y no hacia la formación de una verdadera ciudadanía. A este caso, nosotros podemos añadir el del Master Humanités et Management, ofertado por la Universidad de París X3, que pone sobre la mesa el marco ideológico que está operando detrás de toda la reforma educativa actual y que queda resumido en el New Public Management4. Como respuesta a esta situación, el autor del artículo defiende una formación básica en humanidades que debería cursar todo estudiante universitario durante un año, con independencia de los estudios que realice. Esta propuesta resulta interesante pues, aunque el autor no lo mencione, recupera, en cierta forma, la antigua experiencia medieval de la Facultad de Artes, cuyo currículo era común a todos los universitarios.

La referencia a la antigua experiencia fundacional de la universidad medieval puede ayudarnos a reflexionar críticamente acerca de la situación que atraviesa la nueva universidad contemporánea. No se trata, en ningún caso, de reproducir métodos que tuvieron su razón de ser en un contexto histórico muy diferente al nuestro, sino de buscar inspiración en antiguos caminos del saber y de la enseñanza que fueron fundamentales para todo lo que vino después. En este sentido, la universidad medieval, más allá de sus sombras -que las tuvo- marcó, al menos, tres hitos que todavía nos dan qué pensar actualmente en materia educativa5. En primer lugar, fundó una comunidad del saber en la que la unión de maestros y alumnos iba más allá de los meros conocimientos y solo tenía sentido en la experiencia de una verdadera vida en común. En segundo lugar, orientó la educación desde un punto de vista orgánico, reconociendo capacidades esenciales-retóricas, numéricas y artísticas- que debía poseer todo estudiante universitario independientemente de su especialidad. Y, en tercer lugar, planteó una relación particularmente tensa con el poder. En base a estos tres horizontes de la universidad fundacional de la Edad Media, podemos establecer una comparación con algunos de los elementos que observamos en la universidad de nuestros días.

Frente a esa comunidad de vida de la antigua universidad, hoy se abre paso un camino de educación a distancia y virtual, que reduce la experiencia universitaria a una mera transmisión de información y la ajusta a criterios de rentabilidad, eficacia y adaptabilidad tecnológica. El caso citado en el artículo al que hemos hecho mención, con su referencia a las clases semipresenciales, ilustra bien esta tendencia. Por otro lado, ante la visión de una educación integral y orgánica, la universidad actual ha enfatizado la especialización hasta convertirla en la única defensa de la viabilidad de los estudios superiores. En esta línea debemos interpretar las declaraciones hechas por el Gobernador de Florida hace algunos años, en las que este defendía que la inversión en educación debía hacerse en “ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas”, y no en antropología6, como si las ciencias y las humanidades no estuviesen avocadas a conocerse, a dialogar y a complementarse. Por último, como correlato de las antiguas y complejas relaciones que la universidad medieval mantuvo con los poderes laicos y religiosos de su época, aparece la universidad actual entregándose a los poderes empresariales y mercantiles de la nuestra. Tales poderes no ven en la universidad más que un terreno del que extraer mano de obra cualificada, barata y reemplazable, según los criterios de flexibilidad laboral, y un espacio que dominar simbólicamente a través de promesas de triunfo económico y éxito social al que solo accederá, finalmente, una exigua minoría de sus estudiantes. Por lo tanto, no podemos dejar de responsabilizar a la propia universidad de la crisis de las humanidades, ni de la profunda crisis que ella misma vive en el desmantelamiento de la universitas, esto es: un espacio independiente reservado a la libertad plena del saber y del pensamiento. Pero, ¿es posible sostener que la crisis de las humanidades nace en gran medida de la crisis de la universidad? ¿Es legítimo defender la tesis de que, en última instancia, universidad y humanidades son lo mismo?

En una pequeña conferencia pronunciada en Estados Unidos y publicada en España bajo el título de Universidad sin condición7, el filósofo Jacques Derrida mantenía que el espacio de la actividad universitaria está fundado en una extrema incondicionalidad con respecto a toda clase de intereses que, en última instancia, amenazan con secuestrar la tarea del conocimiento y del saber. Dicha incondicionalidad le confiere a la universidad una soberanía insólita que convive con su derecho a cuestionarlo todo, incluso el principio histórico de soberanía, pues -cito a Derrida-: “la universidad debería, por lo tanto, ser también el lugar en que nada está resguardado de ser cuestionado, ni siquiera la figura actual y determinada de la democracia”. Las consecuencias que se extraen de este enunciado no son solo políticas, sino que también aclaran el vínculo tan estrecho que existe entre universidad y humanidades; pues, como añade Derrida: “Ese principio de incondicionalidad se presenta, en el origen y por excelencia, en las Humanidades”. Es en ellas donde la crítica se practicará como “una especie de principio de desobediencia civil, incluso de disidencia en nombre de una ley superior y de una justicia del pensamiento”.

Podemos percibir cómo la universidad actual se ha ido alejando de esta experiencia fundamental defendida por el pensador francés. Las tensiones que en otro tiempo se produjeron con el poder de reyes, papas y emperadores, hoy se producen en el contexto del mercado y de los enormes problemas que suscita el modelo de vida economicista impuesto por el capitalismo; pero, ante los desafíos de una situación semejante, la universidad y las humanidades universitarias parecen capitular y, antes que desobedecer y resistir críticamente, buscan extraños híbridos – humanidades con turismo o con recursos humanos y conversiones de todo tipo, con tal de satisfacer las exigencias de viabilidad educativa impuestas por los gobiernos. Lo que a una escala muy visible impone el sistema a la política económica global, a través de organizaciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, tiene su continuación en lo que, a una escala menos visible, aunque no menos trágica, obliga a reducir la formación y la vida misma a criterios de costo y beneficio, de inversión y utilidad. Que la educación, en este sentido, sirva para vivir mejor, sin que esta mejor vida tenga nada que ver con el poder adquisitivo, el consumo ostentoso o los privilegios mundanos del poder, es una idea que va quedando poco a poco relegada a los márgenes del discurso oficial, y es vista como una idea utópica, inútil y trasnochada.

Lo que queda claro, en cualquier caso, es que no existe crisis en las humanidades que no presuponga una crisis y una responsabilidad de toda la universidad, así como una pérdida de libertades individuales y colectivas. No solo en el fundamento de la universidad, sino en el de otras de nuestras más valiosas instituciones políticas y jurídicas, están las humanidades. El que la universidad pretenda mostrar las cosas de otra manera solo refleja el grado de descomposición de la institución universitaria, así como su complicidad con intereses ajenos por completo a sus antiguas y más valiosas virtudes. En un contexto tan adverso, la alegría de vivir pensando con rigor, defendida por las humanidades, deja a estas ante una delicada situación en la cual se perfila la dura decisión que tendrán que tomar en un futuro quizás no tan lejano: o bien continuar en la universidad a cualquier precio, o bien comenzar a ejercer su labor desde otros espacios que se creen a tales efectos -desde revistas, conferencias, editoriales y asociaciones sin ánimo de lucro, hasta Escuelas Independientes de Humanidades-. Sería dramático para le educación pública que las cosas llegasen hasta ese punto, pero aún sería peor continuar en el interior de una universidad condicional –en las antípodas de la elogiada por Derrida-, prisionera de las mismas condiciones que garantizan la supervivencia o la aniquilación de cualquier empresa privada.

Antes que nada, las humanidades deben resistir y permanecer fieles a ellas mismas. Toda crítica ejercida desde su interior es una crítica legítima y necesaria, pero que no las exime de esa mínima responsabilidad con su coherencia interna. Frente al asedio programado que sufren, ellas deben reafirmarse y continuar defendiendo la reflexión y el arte de vivir como algo que va mucho más allá de la conversación elegante. Su tradición no tiene nada que ver con una especie novedosa de management ilustrado. En el contexto de las sociedades capitalistas globales, las humanidades deben mantener su provocación y proporcionar un modelo integral y alternativo de vida libre, alejado de las órdenes del mercado y de todo intento de asimilación o de reducción de su labor a un papel decorativo. Ambos -las humanidades y los valores económicos actuales- son dos mundos opuestos e irreconciliables. De ahí que, con mucho acierto, el escritor y pensador español Ramón Andrés haya dicho, recientemente, que en el arrinconamiento de las humanidades ve “el avance del enemigo”8. El problema es que, desde hace ya algún tiempo, al enemigo lo tenemos en casa.

1Juan Manuel Escourido. “Humanidades obligatorias”, en: http://elpais.com/elpais/2016/09/19/opinion/1474287009_361916.html. Consultado el 10/10/2016.

4Puede leerse al respecto Christian Laval., et al. La nouvelle école capitaliste. La Découverte. París, 2012.

5Véase el clásico de Jacques Le Goff. Los intelectuales en la Edad Media. Gedisa. Barcelona, 1990.

6Daniel Lende. “Anthropology is not needed here”,Neuroanthropology, October 2011: http://blogs.plos.org/neuroanthropology/2011/10/11/florida-governor-anthropology-not-needed-here/. Consultado el 9/10/2016.

7Jacques Derrida.Universidad sin condición. Ed.Trotta. Madrid,.2002.

El sacrificio de la realidad: una reflexión intempestiva de la actualidad.

Donald Trump ha ganado, aunque casi todos los sondeos indicaban que ocurriría lo contrario. Pero mientras las encuestas no dejan de equivocarse, la mayoría se empeña en esperar que las estadísticas lo expliquen todo; entre otras cosas, por qué se está derrumbando la política, día tras día, a ritmo de espectáculo, escándalo y dinero. Ahora leo en una noticia que, tal vez, una de las razones que expliquen este batacazo de los sondeos haya venido de las falsas respuestas dadas por los encuestados, lo cuales, solo por la presión de la opinión pública habrían dicho que no votarían por Trump. Sea o no convincente esta hipótesis, no cabe duda, en cualquier caso, de que el peso de las estadísticas y de todo lo que pueda ser ofertado con un dato numérico, suele ser una constante que podemos apreciar en el ambiente de los análisis y debates políticos de nuestro tiempo. Sigue leyendo

Respuesta al comentario de un amigo, tras leer una entrevista a Bernard Stiegler en Le Monde, publicada en mi muro de Facebook el 23 de noviembre de 2015

Respuesta al comentario de un amigo, tras leer una entrevista a Bernard Stiegler en Le Monde, publicada en mi muro de Facebook el 23 de noviembre de 2015.

La tesis principal de lo que mantiene Stiegler en esta entrevista me interesa porque, en el contexto inmediato en el que estamos, nos ayuda a plantear el problema de la violencia de una manera más general e intempestiva. General, porque alarga la lista de coautores del mal. Intempestiva, porque a nadie le gusta saber que vive en países que pertenecen a esa lista.

Me refiero ahora a lo que tú, Juan, escribes al respecto. En este sentido me ciño a una primera versión de tu comentario, el cual, a pesar de tu posterior reedición, quedó registrado en mi ordenador. De esa primera versión destaco una frase: “su creencia en un poder conscientemente maligno (…), y su nostálgica asociación de empleo y perspectiva vital lo convierte en una voz un tanto ingenua”. Me detengo en el adjetivo (borrado en la edición siguiente) ingenua. Es interesante este adjetivo, porque hoy vive ampliamente asociado a una manera  teórica de ver la vida, es decir, a una manera descalificada como utópica, idealista, filosófica, ineficaz, sin hacerse eco de uno de otros significados posibles. Sigue leyendo

“Respice in me et miserere mei, quia unicus et pauper sum ego”
(Salmos,25:16)

Il faut sauver la singularité et rappeler la grandeur minuscule des histoires sans voix. Tant d’êtres qui se sont éffondrés délicatement au milieu du bruit de l’Histoire, sans qu’elle aie perçu la rayonnant agonie de sa beauté! – Ne t’arrêtes pas. Continue…>

“Respice in me et miserere mei, quia unicus et pauper sum ego”
(Salmos,25:16)

Hay que salvar la singularidad y recordar la grandeza minúscula de las historias sin voz. Tantos seres que se hundieron delicadamente en medio del ruido de la Historia, sin que esta haya percibido la radiante belleza de su agonía. – No te detengas ahora. Sigue leyendo>