La apoteosis de la insignificancia

El falso positivo de la identidad

Afortunadamente, las elecciones madrileñas han terminado. Por desgracia, empero, ni el mediocre cariz político que han sacado a la luz ni la banalidad que ha demostrado su realización mediática habrán acabado con ellas. Muy al contrario, los medios ya han inventado con premura titulares efectistas para prolongar ese circo de estupidez, de forma que se han puesto a escribir sobre “el huracán” o “el efecto Ayuso”; mientras, las televisiones -que son las que desde hace años ahorman las restantes informaciones- han seguido irrigando sus espectáculos habituales, repletos de ruido, opinantes de guardia y un torrente inagotable de majaderías, con el líquido extraído de los veneros, nada venerables, del légamo social. Con semejante linfa, no puede extrañar que la sangre del pensamiento se encuentre ahora mismo en un proceso de hedionda desomposición.

La gangrena democrática que estos comicios han revelado responde a varias erosiones que también han quedado, lamentablemente, claras. La principal de ellas tiene que ver, a mi parecer, con el menoscabo intelectual que ha obrado en una generación -la mía- cuyas titulaciones, maestrías, idiomas o viajes no parecen haber servido, a la vista de la mayoría de representantes políticos de esa generación que ocupan hoy algún protagonismo, para articular un pensamiento sistemático, cuidadoso con el idioma y bien fundamentado. Por el contrario, lo que abunda es un plasma de lemas, tópicos, terminachos y grumos ideológicos que zozobran cuando se ven obligados a apartarse del redil, o cuando alguien se atreve a reconducir la política al foro de las palabras y no a la caverna de las cifras.

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