Invitación a una Antropología de la fama

    Estar al corriente de la fama, hoy en día, no es tarea difícil. Basta con echar un vistazo a algunas de las revistas clásicas de la prensa del corazón o zambullirse en los cientos de páginas que encontramos en Internet. Y si usted habla algún idioma además del español -salvo el esperanto, que poco ha dado la fama en esa lengua- entonces multiplicará sus posibilidades de estar al día en asunto de famosos y se graduará cum laude en las conversaciones y los corrillos sociales de moda. Ahora bien, saber un poco más sobre el significado de la fama, eso ya es harina de otro costal.

    Para un antropólogo social la fama resulta interesante por un motivo, principalmente: porque proporciona una importante pista cultural a la hora de comprender mejor cuál ha sido una parte del recorrido seguido por las sociedades occidentales. Con la fama entendemos mejor la manera que tenemos de vivir en el mundo actual y de experimentar la cotidianidad. Sin la fama, perdemos muchos detalles al respecto y nos quedamos con una imagen simple y tópica de las cosas.

    Culturalmente, la fama encuentra su origen en el mito y su continuidad en la antigua noción de gloria. El mito, entre otras muchas cosas, nutre y se nutre de la celebridad de sus personajes, mientras que la idea de gloria asegura la fama más allá de la muerte. Podemos ilustrar esta idea pensando en Lord Byron, cuya fama de poeta y amante lo convirtieron en un mito, y recordando luego al entrañable Cyrano de Bergerac, que vivió en la muerte su momento de gloria, alcanzando con ello la inmortalidad. Ô, mon panache! Ambos personajes, sin embargo, puede decirse que aún hoy viven bien instalados en su mítica y gloriosa fama.

    Por otra parte, está claro que la fama ha cambiado y mucho a lo largo del tiempo y de la geografía. No es lo mismo el reconocimiento social de un Gran Hombre melanesio, que la admiración que despierta un narco entre algunos jóvenes mexicanos o la visibilidad de la rica y anodina Paris Hilton. Precisamente, si ha habido un cambio importante en la fama ha sido este: que la fama se ha vuelto visibilidad. Hoy la visibilidad tiene mucha más importancia que en el pasado y ella ha dado pie a toda una industria que vive por y para ella.

    La industria de la fama es un negocio planetario que no por eso deja de tener sus sucursales nacionales bien diferenciadas. Las distinciones culturales -tan importantes para la sensibilidad antropológica- nos permiten distinguir, por ejemplo, la prensa del corazón española y francesa. Solo esas diferencias explican que en 2014, cuando aún era presidente de Francia, François Hollande haya podido salir en una portada del cuché galo por su relación con la actriz Julie Gayet. No hay un equivalente de eso en España. Claro que tampoco en Francia o España podemos hablar de una prensa del corazón que se haya mantenido idéntica a sí misma desde su creación después de la Segunda Guerra Mundial.

    Hoy todo ha cambiado. Con las imágenes propagadas por la televisión y, sobre todo, a través de Internet, una nueva cultura de la visibilidad ha desbordado aquella vieja parcela de famosos de trato más directo y amistoso que proporcionaba informaciones a la prensa social sin tantos titubeos ni precauciones. No obstante, y a pesar de la crisis del sector, este medio mantiene en pie su utilidad a la hora de forjar la fama de determinados personajes. Lo que ocurre es que, desde hace algunos años, esa función tiene que competir, en pie de desigualdad, con una gigantesca y compleja industria de la imagen audiovisual, que produce más visibilidad de la que tal vez pueda digerirse.

    Tanto por sus orígenes, enraizados en una antigua tradición mítico-religiosa, como por sus trasformaciones internas y su vigencia social, la fama ofrece un material de primera mano no solo para pensar en los cambios socioculturales que ya se han dado, sino también en los que se avecinan. Esa posibilidad no puede rechazarla la antropología, como tampoco puede despreciar la aparente banalidad de un fenómeno tan revelador.

Apariencias y verdades de la fama. A raíz de la próxima presentación del libro «Trágicas apariencias» de Javier Alonso Osborne.

    ¿Qué pueden tener en común un pirómano, un suicida y una actriz de la Comédie française? Lo que parece la típica pregunta que suele dar paso a un chiste sin demasiada gracia es, en cambio, una pregunta seria. Lo que tienen en común es una cierta dosis de fama. Eróstrato, en el siglo IV a.C, había incendiado el templo de Diana en Éfeso buscando ardientemente sobrevivir al olvido. A finales del siglo XVIII, el popular escritor alemán Johann W. Goethe escribió la crónica epistolar de los amores desventurados del joven Werther por la imposible Charlotte. El suicidio del héroe forjaba un símbolo del Romanticismo e inspiraba una oleada de muertes entre un buen número de lectores que, conmovidos a tal extremo por la famosa tragedia de aquel muchacho, habían decidido seguirlo en su camino de anima dolens hasta la muerte. Un siglo más tarde, una joven actriz parisina cosechaba un éxito internacional tan grande en los escenarios teatrales de medio mundo, que convertía sin querer su intimidad en motivo de interés para admiradores y periódicos. Había nacido una estrella, en el sentido más actual del término, y la célebre pluma de Émile Zola escribiría al respecto de ese nuevo fenómeno llamado Sarah Bernhardt.

    Muchos otros ejemplos demuestran lo mismo: que la fama no es un tema de hoy, sino un asunto que viene de muy lejos. Baste ahora, no obstante, con estos tres casos para corregir el tópico que todavía sostiene que cuando hablamos de popularidad, fama o celebridad, estamos hablando de cosas sin importancia. La fama es más de lo que vemos en la imagen de un famoso, de lo que leemos en un periodista del corazón o de lo que oímos en boca de un tertuliano televisivo. La fama es un fenómeno cultural y profundamente humano que despierta un vivo interés para las ciencias sociales y, en concreto, para la antropología, aunque en países como España -gran productor y consumidor de fama- haya paradójicamente un enorme retraso al respecto. Pero para tomarse la fama en serio debemos tener presente que no hay fama que no pase por una historia de la fama o por una referencia a contextos sociales y culturales concretos. Dicho de otra forma: no hay una sola fama, sino muchas, que han variado históricamente y que tienen características particulares, según hablemos de unas culturas u otras, o nos movamos de lo local a lo global. Sobre estos matices es que trabaja el antropólogo, como también el novelista, aunque a través de métodos diferentes.

    En occidente debemos distinguir la fama, de la popularidad, el carisma o la gloria. No cabe duda de que todos esos términos tienen una cierta relación recíproca, pero solo porque no llegan a igualarse completamente. Históricamente, en occidente la fama fue trabando vínculos con el mito, la gloria, el renombre, hasta llegar a esta visibilidad mediática en la que hoy estamos, cómoda o incómodamente, instalados. Ese tránsito, que tan sencillamente cabe enunciar en un par de líneas, es en cambio el resultado de un complejo proceso que incluye transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales, que pueden llevarnos a comprender un poco mejor cómo hemos pasado de Eróstrato a la foto de Donald Trump con Kim Kardashian. La fama ha sido, en cierta medida, una constante cultural. La visibilidad mediática, en cambio, es hoy mucho más importante que ayer.

    El viernes 22 de Junio, a partir de las 19h30, se presentará en la Asociación de la Prensa de Madrid una novela de muy sugerente título –Trágicas apariencias– que promete recuperar, en parte, la centralidad sociocultural del tema de la fama. La autoría de la obra pertenece al Sr. Javier Alonso Osborne -exdirector de la revista Diez Minutos y Subdirector de Hola-. La ventaja del novelista -a diferencia del científico social- es que puede entremezclar libremente su imaginación con la reflexión de las experiencias vividas sin pasar por farragosas notas al pie ni extensas referencias bibliográficas. En él fluye sin interrupción la corriente que lo lleva de la imaginación a lo vivido y de la reflexión a lo imaginario. Visto con mirada antropológica, ahí se comprende que el escritor viva de los mitos -y hasta los produzca, a veces- y no deje de interesarse por fenómenos como la fama, pues ella también nació del viejo corazón de lo mitológico.