La milonga eterna del otro lado: la pausa (1)

Y una vez que estamos en esta posición, debemos respetar la pausa, una pausa que puede durar toda la vida…

Aquellas palabras sonaban épicas y, sin embargo, eran al mismo tiempo palabras líricas. Eran, en todo caso, unas palabras extrañas que, como un antiquísimo enigma del mundo, habían inaugurado la lejana historia de aquellos dos seres detenidos para siempre en una posición estéticamente irreprochable. Nadie recordaba ya quién las había pronunciado por primera vez, aunque la tradición indicaba que había sido la primera Ella detenida a orillas del pie izquierdo del primer Él. Lo que sí se sabía con seguridad es que, desde entonces, aquella posición se había ido repitiendo una y otra vez, en los años sucesivos, y que, en en aquella repetición, cada una de las Ella y de los Él que habían vivido posteriormente, había podido sentir el orgullo de reproducir aquella lejana y elegante posición de la edad del mito. Al observar la situación de ambos, uno podía darse cuenta de que realmente era una postura muy armónica y confortable. Él, depositaba todo su peso en la pierna derecha y apenas rozaba el pie de Ella con su pie izquierdo. Ella, detenida junto al roce del pie de Él, y con su pierna izquierda ligeramente flexionada, dibujaba a su antojo pequeños círculos con el pie derecho, lo que daba vitalidad y movimiento a aquella sagrada pausa. Cada uno de Ellos se encontraba en el interior de un triángulo invisible, en el que sus cabezas ocupaban el lugar del vértice y caían, con una línea imaginaria y perfectamente vertical, en el espacio intermedio que separaba las dos piernas de cada uno. Esa forma triangular les proporcionaba una estabilidad perfecta, pues les permitía acomodarse a sus respectivos ejes. Y así seguía todo desde hacía más de un siglo.

Cuando una pareja se extinguía, aparecía otra que ocupaba su lugar. Generalmente solía ser una pareja de hermanos que, después de tomar un tiempo el relevo de manera conjunta, iniciaban cada cual su propio camino y retomaban la postura con la nueva familia que hubiesen formado. Dentro de esas parejas de hermanos lo más buscado era un Él y una Ella, aunque en ocasiones las asociaciones consistían en dos Él o dos Ellas, sin que esto rompiese en modo alguno la responsabilidad del legado familiar. Sin embargo, cuando solo había un Él o una Ella, entonces la situación se tornaba penosa, pues, tomando la forma de la postura correspondiente, aquellos seres se iban consumiendo poco a poco en su amarga soledad y acababan muriendo mucho antes que el resto. También se dio algún caso en que la pareja de hermanos, enamorados de su propia compañía a lo largo de los años, acabó por emprender un camino incestuoso del que se guarda todavía una horrorizada memoria. Sin embargo, no suele hablarse de ello en las nuevas parejas que se forman y apenas uno lo escuchará una o dos veces en la vida. Las que sí se recordarán constantemente son las palabras que se le adjudican a la primera Ella. Esas míticas palabras sirven hoy como un emblema del clan. Debemos respetar la pausa, una pausa que puede durar toda una vida. Así nació ese tango del otro lado, el de la milonga eterna…

La milonga eterna del otro lado: la pausa (1)

Y una vez que estamos en esta posición, debemos respetar la pausa, una pausa que puede durar toda la vida…

Aquellas palabras sonaban épicas y, sin embargo, eran al mismo tiempo palabras líricas. Eran, en todo caso, unas palabras extrañas que, como un antiquísimo enigma del mundo, habían inaugurado la lejana historia de aquellos dos seres detenidos para siempre en una posición estéticamente irreprochable. Nadie recordaba ya quién las había pronunciado por primera vez, aunque la tradición indicaba que había sido la primera Ella detenida a orillas del pie izquierdo del primer Él. Lo que sí se sabía con seguridad es que, desde entonces, aquella posición se había ido repitiendo una y otra vez, en los años sucesivos, y que, en en aquella repetición, cada una de las Ella y de los Él que habían vivido posteriormente, había podido sentir el orgullo de reproducir aquella lejana y elegante posición de la edad del mito. Al observar la situación de ambos, uno podía darse cuenta de que realmente era una postura muy armónica y confortable. Él, depositaba todo su peso en la pierna derecha y apenas rozaba el pie de Ella con su pie izquierdo. Ella, detenida junto al roce del pie de Él, y con su pierna izquierda ligeramente flexionada, dibujaba a su antojo pequeños círculos con el pie derecho, lo que daba vitalidad y movimiento a aquella sagrada pausa. Cada uno de Ellos se encontraba en el interior de un triángulo invisible, en el que sus cabezas ocupaban el lugar del vértice y caían, con una línea imaginaria y perfectamente vertical, en el espacio intermedio que separaba las dos piernas de cada uno. Esa forma triangular les proporcionaba una estabilidad perfecta, pues les permitía acomodarse a sus respectivos ejes. Y así seguía todo desde hacía más de un siglo.

Cuando una pareja se extinguía, aparecía otra que ocupaba su lugar. Generalmente solía ser una pareja de hermanos que, después de tomar un tiempo el relevo de manera conjunta, iniciaban cada cual su propio camino y retomaban la postura con la nueva familia que hubiesen formado. Dentro de esas parejas de hermanos lo más buscado era un Él y una Ella, aunque en ocasiones las asociaciones consistían en dos Él o dos Ellas, sin que esto rompiese en modo alguno la responsabilidad del legado familiar. Sin embargo, cuando solo había un Él o una Ella, entonces la situación se tornaba penosa, pues, tomando la forma de la postura correspondiente, aquellos seres se iban consumiendo poco a poco en su amarga soledad y acababan muriendo mucho antes que el resto. También se dio algún caso en que la pareja de hermanos, enamorados de su propia compañía a lo largo de los años, acabó por emprender un camino incestuoso del que se guarda todavía una horrorizada memoria. Sin embargo, no suele hablarse de ello en las nuevas parejas que se forman y apenas uno lo escuchará una o dos veces en la vida. Las que sí se recordarán constantemente son las palabras que se le adjudican a la primera Ella. Esas míticas palabras sirven hoy como un emblema del clan. Debemos respetar la pausa, una pausa que puede durar toda una vida. Así nació ese tango del otro lado, el de la milonga eterna…

Después de seis años, ¡ay, Hispania!

Nunca ha sentado bien Hispania al otro lado de los Pirineos, ni tampoco a este lado de la sardana. A Napoleón le valieron una úlcera o, cuando menos, más de un ardor de estómago, las noticias de aquel telúrico e ingobernable país. A nosotros, por nuestra parte, nos provoca, como poco, una esofagitis de reflujo. Y es que esta Hispania de hoy, aunque tal vez algo menos telúrica y rebelde que entonces, se muestra igualmente rendida a la farfulla de cualquier sinvergüenza de jarrete nacional que sea incapaz de unir correctamente un sujeto y un predicado en cualquiera de sus lenguas romances. Para ello, tanto monta, monta tanto, la impostura puede venir hablando en vallisoletano o en lemosín de Lleida. Con un poco de suerte, todos acabarán hablando francés valón o ginebrino. Hasta aquí mi dosis de ironía y de primera acidez.

Sigamos con mi dosis de preguntas ardientes. ¿Quiénes son los españoles a los que decía Aznar hace seis años que había que explicarles las medidas de austeridad del gobierno de Marianico el bailón? ¿Estaban también incluidos sus hijos y los hijos de sus hijos y los hijos de…la madre que los parió a todos? Parece ser que no, y parece ser que ni el propio Aznar las entendía muy bien y que por eso acabó conspirando por los rincones contra “o raposiño” -zorrito en gallego- de Moncloa y su extraño arte de hacer política leyendo el Marca y viendo la lucha libre entre sus rivales. Lo que me queda claro es que, seis años después, aquellos españoles a los que les quedaba la papeleta de dilatar aún más sus tragaderas para encajar cada nueva degradación de su ya degradada situación, siguen siendo los mismos; es decir: la gran mayoría de nosotros.

Hace seis años, los políticos de turno decían estar preocupados por el regreso a una Hispania
dividida. Hoy, seis años después, parece que el turno sigue siendo el mismo y que se han olvidado de cambiar de guardia. Así, la Hispania de facto sigue dividida entre quienes descubren nuevos espacios para el robo y aquellos otros que pierden hasta los bolsillos de los que solían robarles en el pasado. Estos últimos acabarán pagando una multa de Montoro por no saber inventarse bolsillos nuevos. Mientras tanto, los ladrones siguen saliendo en televisión -ahora hasta en emisiones de canales internacionales- y la podredumbre cultural y mediática del país sigue haciendo récords de audiencia analfabeta. Por supuesto, además, que si hace seis años me preguntaba quiénes eran los jóvenes de los que hablaba entonces el gobierno, hoy ya ni se me ocurre semejante ejercicio de automasoquismo, dado que, de pronto, los treintañeros de entonces frisamos ya los cuarenta sin que haya habido más cambios, por desgracia, que los que traen las nuevas recomendaciones de la ITV del médico de familia. Hace seis años, nos quejábamos de habernos acostado con veinticinco y habernos levantado con treinta y uno, y con una orden de mandarnos al carajo por medio del Boletín Oficial del Estado, debajo del bazo. Ahora, seis años después, nos gustaría que el BOE se acordase de nosotros, aunque fuese para mandarnos a freír espárragos. No obstante, a mí, como entonces, no se me sigue dando un ardite la nueva repetición de lo idéntico, pues continúo instalado en la firme convicción de pertenencia a una generación perdida que, en lugar de acobardarnos, debería proporcionarnos el valor aristocrático de los dandys. Para quien lleve tan alta condecoración, no hay derrota que no sea un nuevo trofeo. Lo demás, para los mediocres y asustadizos. 

Acabo con mi dosis de desprecio sulfúrico, que sigue casi intacta desde hace seis años. Hispania sigue yéndose por un retrete con tirador dorado de latón, que quieren hacernos pasar por oro. Y todavía nos cuentan más milongas que en una tarde de tango madrileño y todavía muchos más que entonces, se las creen. Ahora bien, hoy como ayer, ninguno de los fantoches -nuevos o viejos- de la política nacional, o de las políticas nacionaloides, muestra un interés y respeto mayor por la sociedad del que mostraba en aquel momento. Lo único que les sigue moviendo son sus propios ombligos y los consejos de sus respectivos abogados para, en cada caso, evitar los dolores de cabeza, las celdas demasiado estrechas o las cuentas intervenidas. Por lo demás, ellos siguen sin ser como nosotros, pues sus tribunas son distintas, los colegios de sus hijos son distintos, el porvenir de sus nietos será distinto, sus cortes de pelo son distintos, sus camisetas con eslóganes son distintas, sus almuerzos son distintos, sus escoltas son distintos -básicamente, porque nosotros no tenemos más escolta que la propia sombra-, y sus “exilios” son muy distintos…¿sigo?

Y en estas seguimos, seis años después, enrocados y con el ajedrez detenido. ¿Hispania dividida? Hombre, pues, claro. ¡Faltaría más! Desde los romanos. Aunque, eso sí, entre pedazos fabricados con la misma mala leche y la misma inmisericorde lucha por el dominio. Tal vez también la culpa venga de los hijos del Lacio. Y por detrás de este pintoresco decorado de garbanzos y butifarra, ahí sigue papá neoliberalismo comiéndose a sus hijos a trozos y cada vez con más miedo y con más hambre. Seis años después, por fortuna, la lucidez penetrante del poeta sigue incólume, que no siempre todo lo que permanece se gangrena:  «aún giro dentro de mí mismo aunque sé que voy a /caer en el frío de mi propio corazón”, (Antonio Gamoneda). Al igual que entonces, aún ahora me enorgullezco de pertenecer a una generación de perdidos y paseo con arrogancia mi perdición entre el rebaño y la manada de lobos, pues tan lejos está el que camina solo, pero lejano en altura, del balido del tropel que del miedo a la traidora dentellada…

Hay músicas que se arrojan como gatos

y desgarran el telón en raso de la noche

el corazón libera un grito y golpea su cuerpo contra la escena

apenas se atreve el silencio a pestañear entonces

pero basta ese intervalo para que todo sea luz de pronto

y hundimiento

Hay músicas que reflotan los viejos mascarones

del impulso la madera que se fue pudriendo

los océanos que iban a dominar los hombres

las tormentas, el infinito, la ribera

y llenan de brillos ocres la memoria del naufragio

Somos solo la sorpresa de esos momentos

que una música supo recordarnos

nos vemos en los fulgores del fragmento

y el raso se alegra de ser raso, aunque herido

antes de que caiga el telón definitivo

y hereden la ciudad, noche a noche, los ocultos gatos…

Breve apunte acerca del Romanticismo

Un día después del 14 de febrero de 2018

Tan carentes de interés me parecen los días inventados para el comercio con la tópica meliflua del amor, como las largas monsergas que repiten una y otra vez que el amor romántico solo es el resultado de un cúmulo de fórmulas míticas que consiguieron hacer que los hombres -cómo no- se aprovechasen de las mujeres. Es esta, a mi juicio, una forma penosa de anudar los contrarios bajo una síntesis vulgar de mercadeo y mala socioantropología. En esta actualidad acostumbrada a bordar con letras de oro el nombre de sus especialistas y a confundir los títulos formativos con el tener algo que decir, estos regateos del pensamiento son práctica común. Por desgracia, todos los intentos por superarlos, desarrollando una reflexión acerca de lo esencial que puede haber más allá de todo precio o de toda intersubjetividad parcial, suelen acabar en una mirada de recelo, en una acusación social y en una sentencia de muerte. Existen estas características procesuales en el tratamiento que se hace del amor romántico actualmente, pues hay algo en él que no se deja reducir ni al precio de un perfume, ni a las estructuras de la lucha de géneros que tan insistentemente repiten las modas intelectuales de las ciencias sociales y de la política. Ese algo indómito, renuente al cálculo y a la ideología es, precisamente, el amor y el Romanticismo, respectivamente.

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Resulta, pues, un profundo malentendido de partida el hablar del amor romántico como si se tratara de una unidad de origen, sin darse cuenta de que esa idea del amor del que se habla fue ya el resultado tardío y domesticado del impulso original del movimiento romántico, ese impulso que aún hasta la fecha aparece como el más poderoso y genuino que ha dado la modernidad occidental intelectual y estética a la hora de trascender al gris sujeto de la razón instrumental y del cálculo. Es tan poco lo que nos hemos movido de esta situación que quienes, desde la moda del momento, critican el romanticismo amoroso, creyendo con ello situarse en la vanguardia de la igualdad, vuelven a alguna clase de instrumentalización. No en vano, los veremos defendiendo espacios habitados por cuerpos neutros y desarraigados para los que valen lo mismo los ensayos contrasexuales, que las orgías de pago en clubs libertinos o las propuestas de eso que ha venido a llamarse, con cursi pedantería, el poliamor. Todo da igual, siempre y cuando la igualdad tan deseada – que algunos llamarán libertad, en pleno ardor de la confusión- deje a los seres reducidos a su mínima expresión : a la proliferación encarnada de sus cruces anónimos, de sus flujos sin asidero y de sus profundas orfandades sentimentales. Es irónico que una época tan cerrada a los misterios -en la que todo quisiera aclararse, comunicarse, administrarse- sea la misma que habla tanto de relaciones abiertas. Pero por detrás de este nuevo conjuro contra la violencia de la desigualdad, lo que se anuncia es la violencia más atroz de la igualdad forzosa y los nuevos excesos carnívoros del jacobinismo totalitario de la moderna oclocracia. La violencia igualitaria nace siempre de impulsos urgentes, más que de espacios de reflexión desacelerada. El ataque al amor romántico, reducido a simple efecto mecánico del patriarcado, es un ejemplo más de esta forma urgente de desatino. Lo que nos urge es dejar de pensar con prisa y con modas. Lo que nos urge es pensar con tiempo y con matices. Lo que nos urge es no sacrificar constantemente a los ídolos de la muchedumbre todo aquello que no se deje reducir a la coacción y a la doma.

Quienes critican tanto el amor romántico debieran antes saber algo más acerca del amor, como huella de un enigma, y del proyecto romántico, como aceptación de un desafío. Tendrían que estar antes muy seguros de que nada que entrañe misterio merece la pena ni es esencial para la especie. Habrían de leer mucho más a Hölderlin -aunque noResultado de imagen de imagenes de empedokles de holderlin Resultado de imagen de imagenes de empedokles de holderlinsolo a él-, que también habló del abrazo a la especie en una criatura amiga y eligió el camino de la locura como la forma más cercana a la vida y al amor de los dioses. Y es que una de las cosas que se puede decir del Romanticismo, sin agotarlo en ella, por supuesto, no proviene de las relaciones desiguales entre hombres o mujeres o de una dominación simbólica de estas últimas, ni de nada por el estilo, sino del humano afán de tornarse sobrehumano para vivir y amar como los dioses. Abrazar la tragedia sin miedo, solo por cumplir con el ideal heroico de una vida entusiasmada, no es peccata minuta, ni puede ser resumido por críticos tibios y amedrentados. Por desgracia, esos son los que abundan entre quienes tanto critican el amor romántico, sin saber casi nada de lo que hablan ni del tema al que pretenden referirse. Lo único que observo en ellos es un miedo atroz al sufrimiento. Pero la búsqueda de igualdad o de placer basada en el miedo constante a los dolores de la vida, es solo la forma más cobarde de provocar un sufrimiento todavía mayor y de promover un camino despiadado hacia lo inhumano…