cómo arde la noche
madre
en mitad del silencio
cómo asoma la luna
su cabellera de estrellas
es tan palpable el misterio
en medio de este enorme desierto
la casa está incendiada
pero las fotos, los libros, las postales
los recuerdos de aquella infancia
no se consumieron por completo
ahí llega el fuego
y el sol naciente
con su niño muerto de la mano
no está lejos
madre
díselo a mis hermanos
diles que sepan que el río danza con la llama
tantas cosas que se funden en un solo olvido
y que hay playas, manchas, rostros
saltando como peces en la memoria
diles
que estoy llorando esta noche
sin ellos,
sin ti, madre
apenas conmigo
y que ardo en agualunas del río
viendo cómo el sol naciente llega
con su niño muerto por la espalda
y que aún siento la ternura lejana
de lo que no se consumó jamás…

El encuentro

Para S… y P…

dondequiera que sueñen

París era una promesa, pero también era una escuela de soledad. Paula entreabría sus ojos y se llenaba lentamente de techo, de silencio, de realidad filtrada. No había más realidad que aquella que se hacía visible en ese lento goteo de las cosas, tan similar a la tierna llovizna de los pinceles, aún cargados de color, cuando la mano dormida perdía su fuerza y quedaban libres de llorar su pintura, por primera vez, sobre los lienzos. Así había ocurrido hacía un rato, mientras Paula, exhausta de visiones y de encierro, se había quedado profundamente dormida. Ahora, entreabriendo sus ojos hacia lo alto, había pensado en el techo como en otro lienzo. Muy pronto aquel espacio se comenzó a poblar de nuevos rostros, de nuevos colores, de extrañas figuras que no acababa de entender, pero que de pronto decían algo que ella misma había sentido al llegar a esta enorme y misteriosa ciudad que todos conocen como la ciudad de la luz…Resultado de imagen de imagenes de paula modersohn becker

París es una escuela de soledad, frase que el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro anotó en su diario y que ahora, medios siglo después, está utilizando Tristán para entablar una conversación con Karina en un café de Madrid. Ambos visitaban por primera vez aquel acogedor establecimiento con paredes de color pastel. Cinco minutos antes, Tristán había tropezado con los ojos de Karina por la casualidad de una pregunta que el camarero del local no supo responder. ¿De qué han hablado?, había preguntado ella. De burocracia y soledad, había respondido Tristán. Un título oportuno para una original charla en la que se habían congregado psicoanalistas, economistas y escritores argentinos para comentar el asunto a partir de la última película de Ken Loach, Yo, Daniel Blake; sin embargo, aquel título resultaba demasiado académico para combinar con la frase de Ribeyro y con la fuerte conmoción poética que le había provocado a Tristán la súbita aparición de Karina. Como los lienzos y el techo de Paula, el interior de Tristán se empieza a llenar con el goteo de Karina, con los rasgos angulosos del rostro etrusco, con la piel color terrizo y su blusa amarilla que festeja aún más aquella dorada carne. Pero lo que Tristán no sabe es que Karina adora los encuentros inesperados y que aquella inusitada charla también la va dirigiendo hacia sus ojos verdes, en los que ella adivina una barroca melancolía devorada por el fuego. Paula no ha visto nunca antes Madrid y, de pronto, se imagina que aquella ciudad vive más allá del tiempo, más allá de lo posible. Hay en Madrid, según Paula lo sueña, nuevamente adormecida, lugares en los que se habla de palabras que ella no conoce, de vestidos insólitos y se hacen referencias al invento de los hermanos Lumière, del que Paula ha oído hablar, pero que no ha visto todavía directamente. Karina invita a Tristán a sentarse. Paula se obliga a pintar. Las imágenes del techo, que Paula aún guarda en su memoria, deben ir al lienzo. Poco a poco, al amarillo de la blusa, al terrizo dorado de la carne, al verde de melancolía y fuego se le añade el rojo vivo de las fresas de una pequeña porción de tarta que Karina mastica mientras habla con Tristán de literatura. Paula no entiende muy bien la burocracia, ese invento de franceses, pero sí la soledad de las mesas de trabajo, casi tanto como comprende el fuego que anima la melancolía de Tristán. También entiende la alegre vitalidad que rodea los gestos de Karina y que se expresa en colores fuertes y alegres. Medita sobre la anotación de Julio Ramón Ribeyro y se pregunta en qué lugar del porvenir podría encontrar a aquel hombre que tan bien ha expresado, en una sola frase, lo que ella misma ha sentido en tantos días sucesivos de París con aguacero. Paula pinta y se detiene. Karina y Tristán terminan de hablar y guardan un instante de silencio. Los tres piensan, en ese breve intervalo, en la soledad. Cuando Paula retoma el cuadro, sabe que debe imprimirle a la escena un aire futuro, algo que anticipe lo que sucederá. Pero, ¿qué podría suceder? Karina y Tristán intercambian sus teléfonos y se emplazan para el fin de semana. Paula trabaja durante horas en aquel cuadro, que será su último cuadro. Aquel lienzo será el sResultado de imagen de imagenes de ciudad madrid 2017ueño de un Madrid más allá del tiempo y de lo posible en el que la soledad de los seres agudiza la belleza de sus encuentros fortuitos. Y, ahora, ¿qué vas a hacer?, pregunta Tristán. Voy al cine, responde Karina. Pensé que te lo había dicho. Y espero que aquí en España pongan todavía bastantes anuncios antes de las películas, porque ya llego tarde. Y ¿qué vas a ver? Voy a ver una película… Se llama Paula…

Paula despierta sobresaltada al oír su nombre. Frente a ella, rotundo, aparece su último cuadro titulado El encuentro. Al firmarlo decide hacer algo extraño y escribir Madrid 2017. Nunca nadie sabrá por qué Paula Modersohn Becker hizo aquella enigmática referencia a una ciudad en la que nunca había estado y en la que nunca estaría. Tampoco nadie entenderá aquella fecha. Solo Karina y Tristán presienten, al despedirse, que algo ha sucedido al otro lado -pero, ¿de dónde?- y que algo aún puede suceder…

Podemos imaginarlo bien… (Breve apunte reflexivo sobre un pequeño cuento japonés)

En un pequeño cuento popular japonés1, según nos ha llegado a través de la memoria y la pluma del viajero británico Richard Gordon Smith, que hacia finales del siglo XIX se dedicó a recoger objetos y relatos orales en el país del sol naciente, se nos cuenta la historia de un pueblo y de un viejo sauce, cuya venerable edad le había permitido conocer a todos los hombres  de aquel lugar. Él  los había visto vivir y desaparecer a la sombra y cobijo de sus antiguas ramas. En una ocasión, el deseo de construir un río hizo que los lugareños pensasen en utilizar aquel árbol para obtener la madera necesaria, pero entonces un joven granjero llamado Heitaro se levantó y, recordándoles a todos la noble dignidad de aquel viejo y querido árbol, cuya vida estaba íntimamente unida a la vida de todos ellos, así como a la de sus antepasados, logró convencerles para que desistieran de la idea de cortarlo. Poco después, Heitaro encontraría en el sauce a una bella muchacha extranjera de la que se enamoró perdidamente. Se llamaba Higo. Heitaro y la bella Higo se unieron felizmente y de aquella alegre unión nació un hijo al que pusieron el nombre de Chiyodo. La familia se sentía colmada de bendiciones. Pero, “¿dónde se ha conocido en este mundo que una felicidad completa dure eternamente?”, se pregunta el relato con amargura, justo antes de contar lo que vino después.

Una orden del ex emperadResultado de imagen de imagenes de pinturas japonesasor Toba para construir un enorme templo en Kyoto a la Diosa de la Misericordia, obligó a recolectar mucha madera por toda la región. Había pasado el tiempo desde que Heitaro hubiera salvado al árbol de su destrucción, pero ahora la magnitud de la obra exigía utilizar el tronco de aquel portentoso ser vegetal. Heitaro nuevamente intentó convencer a sus vecinos, pero esta vez todo fue en vano. Higo, que hasta ese momento nunca había querido revelar a su esposo de dónde procedía, le confesó entonces que ella no era sino la encarnación del espíritu de aquel viejo sauce que, en agradecimiento por su buena acción, había tomado cuerpo en ella para ofrecerle todo su amor. Ahora, sin embargo, cada golpe de hacha en la materia del árbol debilitaba aún más su alma, encerrada en el cuerpo de Higo.  El destino del sauce debía unirse al suyo y ambos debían morir como lo que eran: una misma y única criatura. Hacia el final del relato, se nos cuenta cómo Heitaro llevó de madrugada a su hijo Chiyodo a ver el lugar del viejo sauce sacrificado, el mismo lugar donde había sido sacrificada su bella madre. Al encontrarse con el árbol derrumbado y con sus ramas podadas, el relato añade: “los sentimientos de Heitaro se pueden imaginar bien”…

Al releer este texto de un libro que hace, al menos, quince años que me acompaña, recibí el impacto fulgurante de algo que hasta entonces me había pasado desapercibido. Me sorprendió como nunca antes la respetuosa contención de aquella frase. Tanto, que la repetí en voz alta: “los sentimientos de Heitaro se pueden imaginar bien”. En aquella simple frase se encerraba toda la diferencia que separa dos formas radicalmente distintas de ver la vida y de presentar el mundo. Formas que nos hablan, sin duda, de culturas enfrentadas en grata o ingrata conversación. Justamente, en relación al ver, pensé, mientras que el Resultado de imagen de imagenes de pinturas japonesascuento japonés ahorraba los detalles más escabrosos -por evidentes- acerca de los sentimientos de Heitaro, para permitirnos así mirar en la dirección esencial de la historia, nosotros vivimos en un mundo donde la cada vez más irrespirable proliferación de imágenes no nos deja siquiera ver la perversidad de muchas de nuestras indiscreciones. Cegados por una necesidad compulsiva de imágenes sin imaginación, nosotros habríamos corrido a capturar no los instantes, sino las instantáneas del árbol moribundo, de la agonía de la muchacha, de los cuerpos destrozados, del llanto del pequeño huérfano. Nosotros habríamos hecho fotos, vídeos, editado el material con música, puesto a alguien reconocible a disecar el suceso, distribuido todo lo obtenido entre los ojos hambrientos de nuestro mundo a la deriva. Pronto, entre agonías, destrozos y llantos, habríamos ido olvidando que había habido un verdadero árbol, una mujer, un hombre, un niño y seríamos incapaces de relatar con sentido la trama completa de la historia. De alguna manera, la vida habría quedado sepultada por las imágenes de la vida, primero, y luego por las imágenes, sin más. Ciegos de tanto ver, pasaríamos desesperadamente a la siguiente dosis, hasta calmar la ansiedad y volver a empezar. Y, aunque alguna vez hubiésemos creído que con nuestras cámaras y la distribución de aquellas fotografías y vídeos estábamos atrapando el pulso más real de las cosas, lo único que hacíamos, sin querer tomar conciencia, era detener aquel pulso para siempre. Habría bastado, para impedirlo, con haber escuchado aquella frase – “los sentimientos de Heitaro se pueden imaginar bien”- y haber confiado en su sabiduría, que es la de nuestra imaginación sin imágenes.

La verdadera imaginación respeta el dolor del otro sin sentirlo como algo completamente ajeno, al mismo tiempo que nos mantiene en el corazón de los relatos. Imaginar es saber que, como decía el pequeño Príncipe imaginado un día por Antoine de Saint-Exupéry, lo esencial surge siempre de lo invisible. Añadamos que también aparece en lo que se dice silenciosamente, como todo lo que expresó Heitaro aquella dolorosa mañana, mientra tomaba a su pequeño hijo de la mano. Podemos imaginarlo bien…Resultado de imagen de imagenes cuentos e historias del antiguo japon richard gordon smith

1Richard Gordon Smith (1997). Cuentos e historias del antiguo Japón. M.E Editores (Colección Biblioteca Popular), Madrid.

 

Destino

 

…estaba herido de muerte

le dolían las avenidas despobladas

las plazas con fuentes apagadas

cualquier anónimo doblar de las esquinas

 

estaba herido de muerte

le dolían los niños que se le habían muerto

la lenta descomposición de algunas voces

el adiós de las madres, también la luna

 

estaba herido de muerte

se lloraba de sangrar entre las noches

desangrado de llorar en algún cuarto

se hacía tarde. No había nadie. Pasaba un coche

 

estaba herido de muerte

se llenaba de miradas hacia el cielo

No comprendía nuestra fragilidad de insectos

ni el que fuésemos fantasmas de fotos del pasado…

 

 

Reflexiones sobre algunas noticias del #feminismo.net

#feminismo.net1

Cada día añado más datos a mis observaciones acerca de la aceleración del mundo y a la banalidad que suele ir asociada con ella. En este mundo digitalizado, cuyo insomnio se justifica por el deseo de una visión total y totalmente transparente de sí mismo, la farsa aparece como único destino. La aceleración con la que este mundo aborda sus temas imita aquella con la que produce y consume sus mercancías o con aquella otra con la que destruye sus márgenes. A su paso, no quedan más que las babas del odio, la banalidad y el estancamiento. En este mismo contexto sitúo el último caso del feminismo radical y digital que llega, como llegan las modas, con fuerza y aspiraciones a marcar tendencia o, incluso, a presentarse como el único referente de la defensa de los derechos de las mujeres en el mundo; esto es: a establecerse como hegemonía.

El primer aspecto que me sorprende de este movimiento es la común aceptación social que tiene de que los temas históricos -que, por supuesto, tienen consecuencias vitales muy vívidas y concretas sin dejar por ello de ser históricos- se resuelven a golpe de haschtags y de microdialécticas en redes sociales, sin reparar ya en que tras ello – la denominació misma de hashtag es un buen ejemplo- se agazapa toda una concepción tecnologizada del mundo con consecuencias no poco violentas sobre nuestras vidas. Toda la compleja relación sociocultural que se ha desarrollado entre hombres y mujeres a lo largo del tiempo y del espacio, y que ha dejado un buen conjunto de fantásticas obras dentro de la tradición feminista – desde la Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft, hasta la Política sexual de Kate Millet, entre otras muchas- queda acallada en este nuevo marco y reducida a los escombros retóricos de #MeToo o a la algarabía ante los 280 caracteres de Twitter, como si en ellos se cifrase el más alto y elaborado disfrute de la libertad de expresión. Sigue leyendo