Su cuerpo son animales dormidos

miradas dulces y duras

soledades, huellas, roturas

de sufrimiento callado, y valientes sonrisas

Su cuerpo oculta sangres, jugos

que la noche envuelve en arcanos

cálidas lenguas como peces vivos

y manos que dibujan con sueño su ternura

Su cuerpo sabe a carne tibia

aliento que en la coronación

se hace viento encabritado

fragilidad y altiva independencia

Su cuerpo vela sueños, historias de familia

caminos secretos

se forma y se deshace

entre delirios y locura

Su cuerpo no es mi cuerpo

y, sin embargo, brilla su cuerpo

en la memoria del mío

Amanece…

Las formas de la manada: algunas reflexiones acerca del vídeo “Hola, putero”

    La campaña contra la prostitución Hola Putero, que se ha difundido en las redes sociales y que se ha vuelto viral en poco tiempo, deja tras de sí algunos rastros propios de la época: rapidez, sensacionalismo e intrascendencia. Estas tres características, que podemos seguir en muchos otros productos del capitalismo actual, tejen entre sí un discurso coherente en el que la rapidez nace de la tendencia social a acelerarse; el sensacionalismo, de la búsqueda a todo precio de recursos narrativos y visuales de eficacia comercial; y, la intrascendencia, de ese deseo quimérico de encontrar una respuesta simple (traducida en orden) que resuelva todas las preguntas en menos de un minuto. En este sentido, el vídeo de Hola Putero ha excedido este objetivo en algo más de dos minutos; sin embargo, queda lejos todavía de las extensas duraciones que pudiesen  acusarlo de verter algo de reflexión sobre asunto tan complicado. Qué duda cabe de que, en el presente, los textos largos para temas complejos no marcan la tendencia en una sociedad dirigida por la comunicación clara, rápida, eficaz y políticamente correcta.

    El vídeo de Hola, putero, del que tuve la primera noticia por unas referencias que aparecieron en mi Facebook, constituye un ejemplo más de la desorientación reinante en materia de reflexión social, así como otra muestra de oportunismo mediático; surgida, en este caso, a raíz del violento ultraje de una mujer por parte de una horda de violadores. Lo que supone un claro delito y un motivo de meditación social, se ha transformado, en pocas semanas, en un elemento más del espectáculo con el que las grandes empresas mediáticas, inductoras siempre de realidad, consiguen rellenar minutos de programación, dirigir la opinión pública y desviar la atención hacia un supuesto interés social y educativo que no tienen en modo alguno. Lo cierto es que la lógica de los media dista mucho de acercarse a un sentido pedagógico, ni en materia sexual, ni en ninguna otra. Se me podrá objetar que eso solo ocurre con los medios tradicionales, pero que no es aplicable a lo que sucede en Internet, donde cada quien puede orquestar un discurso que responda a un interés personal que no sea comercial. Sobre esto, diré que, más allá de algunas felices transformaciones que la red ha traído consigo (la consulta, por ejemplo de fuentes bibliográficas y documentales digitalizadas), el auge, sobre todo de las redes sociales, no parece haber servido, en términos estructurales, más que para ponerse al servicio de una explosión desordenada de los discursos y una progresiva aceleración de los fragmentos en ráfagas cruzadas que hacen prácticamente imposible su discusión y la búsqueda de perspectivas más informadas y universales. En esta última línea situaría el vídeo de Hola putero; otro fragmento más en la carrera desenfrenada por la visibilidad, de pura actualidad ideológica y que se presenta, además, como indiscutible, pues toda discusión del mismo (como la que hago yo ahora) supone la clasificación inmediata dentro de un sector perverso de la sociedad. ¿O no?

    ¿Se puede discutir, con algún atisbo de interés, un tema como el de la prostitución en algo más de tres minutos? No lo creo. Lo más que se puede conseguir es algún indicio que sirva de inspiración para profundizar ulteriormente, pero para eso hace falta talento en la exposición, ironía, cultura e inteligencia. Desgraciadamente, no encuentro nada de eso en este vídeo, en el que sus jóvenes conductoras se limitan a exponer, con un tono monocorde y hostil, la repetida letanía de tópicos ligados a la prostitución; la cual tiene, como elemento principal (estas chicas no están inventando nada nuevo) la culpabilización del hombre-cliente-enemigo. Esta tríada, clave en la estructuración del relato occidental, desarrollado y bien pensante, dedicado al tema, poco a poco se va convirtiendo en una bina mucho inquisidora, aunque más simple y económica, a saber: la que prescinde de la condición clientelar y retrata simplemente al hombre como el único enemigo real de la mujer. Por supuesto, esto partiendo de la base de que nos movamos en terrenos donde todavía los conceptos de hombre/mujer representen algo más que un mero juego de palabras y vacío, cosa que cada día está menos clara. En este caso, sin embargo, parece indudable que existe este mínimo acuerdo, ya que se habla en todo momento de la prostituta como mujer. Quisiera, pues, aprovechando este acuerdo de partida, presentar muy brevemente algunas de las importantes deficiencias que encuentro en la presentación que hace el vídeo del tema propuesto.

    La cuestión del poder. Se habla en el vídeo de la prostitución como un asunto relacionado con el poder y no con el sexo. Desde luego que existe una relación con el poder (tampoco las chicas innovan en este punto), pero habría que ser mucho más precisos. ¿Qué actividad humana puede prescindir de esa relación? ¿De qué hablamos cuando hablamos de poder? ¿Está tan claro el concepto de poder como para poder establecer una relación que sea absolutamente transparente? Por otro lado, en referencia al sexo, ¿existe una actividad sexual que no teja vínculos con el poder, empezando por el sexo reproductivo, el sexo domesticado de la familia o hasta el sexo contracultural de los años sesenta y setenta? Tampoco estoy convencido de que tenga algún valor hablar de poder en estos términos, sin distinguirlo de la dominación y presentar un cuadro mucho más matizado.

    La cuestión de la esclavitud. Una vez más se simplifican tanto los términos que todo puede ocupar el lugar de todo. Se habla de esclavitud sexual más allá del aspecto normativo y legal que pueda (y que deba) asegurarse de regular los derechos de la mujer u hombre que se prostituyan. En este sentido, se indiferencia el tráfico de seres humanos y su explotación por parte de organizaciones mafiosas, con la actuación política de ciertos Estados que han decidido legalizar la prostitución. Esta postura, por más que se defienda desde ciertos sectores feministas, me parece absurda; ya que nos deja sin criterios para valorar la actuación de los gobiernos en materia de sexualidad y políticas sociales; y reduce, nuevamente, la discusión a un debate de militancia y no de ideas. No se trata de establecer la prostitución como horizonte vital o como ejemplo de vida, sino de preguntarse si, ante la imposibilidad de acabar con ella de manera inmediata y definitiva, es preferible mantener las formas y la sanción moral sobre la prostitución elegida, manteniendo simultáneamente la amenaza real de las mafias sobre las mujeres que ejercen este trabajo de forma involuntaria. Por otra parte, ¿qué razones existen para denunciar que existe más esclavitud en la prostitución elegida que en el funcionamiento general del mercado de trabajo, el cual impone en innumerables ocasiones el deber de no elección?

    La prostituta ideal-típica. Con el permiso de Max Weber, traigo aquí una referencia a sus modelos ideal-típicos, para reflejar el abordaje habitual que se hace de la prostitución en los discursos oficiales. Casi siempre se presenta a una mujer (rara vez a un hombre), explotada, víctima de alguna mafia y constantemente sometida al caprichoso deseo de un grupo de clientes despiadados. El vídeo de Hola, putero es un claro ejemplo de ello, aunque no el único. De entrada, me surgen las siguientes preguntas: ¿qué hacemos con la prostitución masculina? ¿En dónde la clasificamos, si es que merece algún tipo de consideración? ¿Realmente creemos que viven el mismo tipo de vida la prostituta callejera, la que trabaja en un club y la escort que tiene generalmente una agenda de clientes más o menos fija y que trabaja con precios mucho más elevados? Prosiguiendo con esta ausencia apabullante de detalles, pregunto: ¿dónde aparecen reflejados en el vídeo los discursos de las prostitutas; tanto de aquellas que denuncian su situación, como de aquellas (y las hay) que se quejan de que no las dejen en paz? Si se trata de hacer panfletos, es lógico acallar toda parte que contradiga nuestra verdad. Si de lo que se trata (y este es mi único interés) es de analizar una situación compleja en la que la explotación real de seres humanos ( que debe denunciarse, perseguirse y penarse) nos comunica con otros espacios de los modos de vida de las sociedades capitalistas postindustriales, donde la explotación es más sutil y sabe pasar más desapercibida, entonces esa carencia de matices se vuelve simplemente intolerable, puesto que deja los debates en un estado grosero, burdo e infecundo a la hora de promover transformaciones sociales que puedan ser duraderas y sirvan para mejorar la vida de las personas. Lo que se produce con demasiada celeridad (y el video Hola, putero forma parte de esa macdonalización de los ideales) se consume y se olvida con todavía mayor prontitud.

    El tema del cuerpo. El vídeo se esfuerza y se regocija en la presentación de la prostituta como un cuerpo despedazado, reducido a oquedades y líquidos ajenos que lo mancillan, lo atraviesan y, finalmente, lo abandonan. Efectivamente, el gesto sensacionalista surte efecto y pronto tenemos una imagen desoladora de carnicería, de desprecio terrorífico del otro, de inhumanidad atávica, antropofágica y feroz. El problema consiste en que, tras esta ola de pavor repentino, ¿qué discusión resiste acerca de lo que supone ser humano? Hemos desechado muy rápida, gratuita e irresponsablemente las miradas que dirige la antropología, desde sus inicios, a lo que puede suponer pertenecer al género humano. Una de esas miradas se ha centrado en el cuerpo como metáfora de mundo (tal vez la más importante). En este sentido, en nuestro contexto global actual, el cuerpo alquilado o vendido, aparece como campo de pruebas de un modo de producción capitalista muy determinado que no puede, en modo alguno, reducirse a los límites del cuerpo de la prostituta. El cuerpo de la prostitución lo que hace es dirigir hacia sí todos los ataques que, de esa forma, quedan paralizados en su camino hacia una crítica sociocultural mucho más profunda y radical. Cuanto más se avanza, en este sentido, en una falsa liberación de los cuerpos, más se progresa en una real subordinación de los seres a la explotación y aniquilación de sus corporalidades dentro de otros espacios (espacios laborales, espacios médicos, espacios mediáticos, espacios domésticos, etc.). En un sistema que constantemente actualiza su imperativo comercial y en el que todo se reduce progresivamente a vínculos de conexión y venta, el escándalo ante la configuración del cuerpo como un territorio de comercio aparece como un gesto más de inconsciencia y/o hipocresía, cuyas raíces habría que buscarlas en una antigua visión cultural de lo corpóreo como materia despreciable. Contrariamente a lo que pueda pensarse, la ideología que anima vídeos como el de Hola, putero, no tiene tanto que ver con un elogio del cuerpo, como con un íntimo desprecio del mismo. Al convertir el cuerpo de la prostituta, en este caso, en un conjunto de fragmentos y agujeros sobre los cuales se superpone una voluntad anulada (“ellas no quieren estar contigo”), lo que se hace es participar de la misma mirada que presuponen a los hombres-enemigos. En esa mirada, el cuerpo es la herramienta con la que, inevitablemente, una vida construye su historia de alegría o de dolor, de manera que no existe una unidad en la que cuerpo y vida se tornen indistintos. Esta sutil contradicción resulta comprensible si tenemos en cuenta que es esa misma dualidad la que habilita al cuerpo para convertirse, como lo ha hacho ya, en uno de los más importantes objetos de consumo planetario. El cuerpo, como espacio útil (utensilio), necesita apropiarse de cuidados y de objetos de ostentación, pero por debajo de su economía ostensible, palpita el malestar y la desconfianza que dirigimos hacia él, ante el peligro constante de acabar padeciendo un cuerpo fracasado. Si se partiese de una teoría de la prostitución donde los cuerpos (de hombres o mujeres) formasen un único relato con la vida, por así decirlo, del espíritu, entonces la militancia restringida a la denuncia de la explotación sexual inscrita en el cuerpo prostibulario, irradiaría una nueva y más extensa luz hacia todos los lugares donde el capitalismo practica su tortura, festiva o depresiva, de los cuerpos.

    La reificación del cliente. La construcción ideal-típica de la prostituta, como proceso metodológico, no presenta objeción. Max Weber construyó su sociología histórica apoyándose en esta invención de su creatividad. Ahora bien, el tomar el modelo por la única realidad concreta es lo que desemboca en la construcción simultánea de un enemigo (el hombre) y en un constante juego de reificaciones (en este caso, la del cliente). Por reificar me refiero a esa tendencia a construir objetos aparentemente perfectos, idénticos a sí mismos y homogéneos, frente a un auditorio de subjetividades. En el caso aquí señalado, frente a la prostituta ideal-tipo aparece un cliente monolítico, sin contradicciones internas, cuyo único objetivo es satisfacerse a sí mismo y violentar al otro. Pues bien, ni una tipología tan pobre de la prostituta está a la altura de una mínima prospección histórica y cultural que pueda arrojar algo de riqueza semántica al asunto, ni tampoco nos ayuda a entender el proceso más amplio que, de fondo, está produciendo tanto prostitutas como clientes; dentro, además, de una variedad de casos que habría que tener en cuenta, sin reducirlos todos a tipologías del momento. En el proscenio de esta relación, cada vez parece más claro que hay un delicado tejido de afectos y emociones que se ha ido deshaciendo a lo largo de años de capitalización y administración de los lazos sentimientales, y que no podemos dejar de analizar si queremos, insisto en ello, tener algo más que vídeos de moda, fugacidades líquidas y una falsa rebeldía de mundo feliz.

    Tras estas consideraciones, sin duda demasiado escuetas (pero no quiero por ahora dedicar más tiempo a este vídeo), espero, al menos, que haya quedado claro que mi crítica consiste en señalar el nulo valor analítico del vídeo Hola, putero, como consecuencia de su obsesiva función ideológica y la ausencia absoluta de crítica a sus propios tópicos teóricos. Sin estas características, no veo cómo pueda plantearse una transformación social, cultural y educativa que no pase por el totalitarismo; aunque sea bajo la virtuosa apariencia de este nuevo totalitarismo democrático; el cual, a su manera, no deja de pertenecer a los comportamientos propios de una manada.